Logroño: la puerta de entrada a La Rioja
La aventura comienza en Logroño, ciudad que respira historia y hospitalidad. A las afueras, la Bodega Marqués de Vargas abre sus puertas con una visita privada de inmersión. Aquí, los viñedos centenarios abrazan el horizonte y marcan el ritmo de la vida riojana. La experiencia es íntima y detallada: se recorren los campos y las salas de barricas donde la madera y el silencio custodian la evolución de los vinos. Cada rincón habla de legado y pasión, y la cata culmina en un aperitivo gourmet que celebra el carácter de esta bodega familiar.
Briones: cultura, cocina y secretos
El segundo día nos conduce a Briones, uno de los pueblos más bellos de La Rioja. La mañana comienza en el Museo Vivanco, considerado uno de los mejores del mundo dedicados a la cultura del vino. Sus salas albergan desde ánforas romanas hasta obras de Picasso o Sorolla, todas vinculadas al universo enológico. La visita concluye con una cata en la que la historia se convierte en sabor, y cada copa parece contener siglos de memoria. A mediodía, la cita es en Bodegas Beronia para vivir la experiencia del Txoko. En este espacio gastronómico, el vino se encuentra con la cocina en un showcooking participativo. Entre recetas tradicionales riojanas y el ambiente cercano de mesa compartida, los aromas y la conversación fluyen con naturalidad, recordando que la gastronomía en La Rioja es también un acto social.
Por la tarde, tras pasear por las calles empedradas de Briones, que conservan un aire medieval y ofrecen miradores al valle del Ebro, llega el turno de Bodega Montecillo. Fundada en el siglo XIX, esta bodega revela sus secretos en una visita sensorial donde se descubren procesos de elaboración, colecciones privadas y rincones llenos de historia. Pero la experiencia no termina ahí: al atardecer, entre viñedos y horizonte, un picnic maridado invita a detenerse y disfrutar del paisaje.
Haro y Bilbao: la culminación de un viaje
La última etapa nos lleva a Haro, capital del vino riojano. Pasear por su casco histórico es encontrarse con palacios barrocos, calles empedradas y la atmósfera inconfundible de una villa que vive y respira vino. Pero la esencia de Haro se encuentra en sus bodegas, y la primera parada es Ramón Bilbao. Su experiencia enogastronómica propone un recorrido que va más allá de la cata: se trata de un viaje de aromas, maridajes y creatividad que conecta el vino con los productos de la tierra en un diálogo gastronómico sorprendente. Cada plato se convierte en aliado de cada copa, y juntos expresan la identidad de la región. La tarde se completa en Marqués de Cáceres, donde elegancia e innovación marcan la visita. Tras recorrer las instalaciones, el momento más especial llega con el Ágora, un espacio diseñado para degustar vinos en un ambiente casi ceremonial. Allí, los maridajes alcanzan su punto culminante con chocolates premium que dialogan con los tintos y blancos de la bodega, generando una experiencia única en boca: el dulzor se equilibra con la complejidad del vino y la memoria se graba con intensidad.
La Rioja es conocida por sus vinos, pero lo que verdaderamente sorprende al viajero es la forma en que cada experiencia se entrelaza con la historia y las emociones. Pasear por un viñedo al atardecer, escuchar el eco en un calado centenario, compartir recetas en un Txoko o sentir cómo un maridaje de vino y chocolate despierta recuerdos inesperados… todo ello hace que este viaje trascienda la visita turística para convertirse en un relato personal. Cada bodega es una puerta a una tradición distinta: la familiaridad de Marqués de Vargas, la cultura universal en Vivanco, la celebración gastronómica de Beronia, los secretos centenarios de Montecillo, la innovación enogastronómica de Ramón Bilbao y la elegancia contemporánea de Marqués de Cáceres. Juntas forman un mosaico que refleja la diversidad y riqueza de La Rioja.Este itinerario demuestra que viajar no es solo desplazarse de un lugar a otro, sino vivir experiencias que quedan grabadas en los sentidos. La Rioja invita a detenerse, a escuchar, a brindar, a saborear y a mirar. Y, sobre todo, a entender que detrás de cada vino hay un paisaje, una historia y una comunidad que lo hace posible.